
PARRA, Y.; MONTERO, S. G.
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Este abordaje que reivindica el Cuerpo como “registro importante de autoafirmación”,
hizo posible la lectura de las violencias de esos “TerritorioSCuerpo” femeninos con
identidades fragmentadas, víctimas de dinámicas de poder violatorias de los derechos de las
mujeres, donde el Cuerpo de la mujer se consideró territorio en disputa entre los actores
armados, sembrando en su calidad de víctimas el desarraigo, la negación y el aniquilamiento
de las subjetividades femeninas. Situación que describe la narración que se comparte a
continuación:
Soy mujer y madre kankuama de un hijo y una hija. Mi hija Luciana nació en la
ciudad de Riohacha, por lo que su placenta y ombligo quedaron en el hospital de
esta ciudad. A pesar de que siempre escuchaba la importancia de la siembra de la
placenta en mi territorio, la época de la violencia no lo permitió, no tuve la
oportunidad para conservar esta parte de la vida de mi hija y luego enviarla al
territorio. Los miedos y el terror en esos tiempos sumado a la preocupación por mi
familia que se quedó allá en mi territorio me generaban momentos de angustia
profunda, ya que en ese tiempo de violencia que nació mi hija, los paramilitares no
nos dejaban entrar a nuestro pueblo. Esta experiencia fue fatal porque tuvimos que
criar a nuestros hijos sin los consejos de los cuidados de mi madre y mis abuelas
como siempre nos enseñaron.
Además de estar lejos, en esa época tampoco teníamos lana ni fique para tejer, así
que nos tocó tejer lana sintética que vendían en el mercado de Riohacha. Nos
consolaba el hecho de tener con nosotras la carrumba
, gracias a la cual hoy Luciana
sabe hilar y tejer, cosa que me enorgullece como mujer tejedora Kankuama, ya que
aprendí a tejer desde muy niña y hoy después de muchos años sigo tejiendo para el
sustento de mi familia.
Hoy después de las dificultades y tristeza puedo decir que volver a mi pueblo sin
miedos en compañía de mi hija cuando está en vacaciones del colegio es un gran
regalo, como lo es también poder tejer con libertad sin nudos en mi corazón y sin
que se me enrede el hilo, como sucedía cada vez que me asaltaban los recuerdos.
Pude volver a hilar con mi mamá y mi abuela, para luego traer el hilo y seguir mi
vida aquí en Riohacha.
Los abuelos y abuelas que ya se murieron dejaron muchos conocimientos a mis
padres que ahora están, entre ellas, el vestido que es una manta cruzada y blanca
para la mujer, la danza y la música que se llama el chicote, la medicina tradicional,
la alimentación propia. Todos estos conocimientos fueron llegando, caminando y
conversando con mayores, tíos y tías, pero también con los jóvenes, porque fueron
los primos hermanos de Luciana quienes le mostraron algunas prácticas ancestrales
que se viven en el territorio. Por ejemplo, sus primos que son danzantes le enseñaron
a bailar “chicote”. El chicote es una danza ancestral de los kankuamos, se danza en
círculo agradeciendo el territorio, conversa que se disfrutó mientras la abuela
preparaba el almuerzo con sopa de guandú. Así en esos viajes a nuestro territorio
ancestral, Luciana también tuvo la posibilidad de conocer sitios ceremoniales del
territorio, ríos, montañas, caminos; además, se animó a seguir hilando y tejiendo
como lo hacían sus primos.
Hoy, gracias a las experiencias compartidas en territorio, he podido cultivar en mi
hija la importancia de las prácticas espirituales que como mujeres ofrecemos al
territorio y es por eso que hablamos muchos de estos temas y podemos decir que
tanto ella como yo estamos seguras de realizar la práctica espiritual del “pagamento”
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Huso elaborado en madera. Lo utilizamos las mujeres Kankuamas para darle forma al hilo para el tejido.
Consta de un eje de 40 a 45 centímetro de largo, una rueda que hace de forma de volante de 10 centímetros
encajada en la mitad del eje. En la parte baja del huso se encuentra un marco que sirve para agarrar que también
es de madera.